miércoles, 26 de junio de 2013

EL SILENCIO DEL BULLICIO

EL SILENCIO DEL BULLICIO
Perpetrado por Oskarele

Joshua Bell se sentó un día en una estación de metro en Washington DC. Sacó su violín y se puso a tocar. La jornada laboral estaba a punto de comenzar y se calcula que en aquellos cuarenta y cinco minutos que estuvo tocando pasaron por allí, en plena hora punta, unas 1.100 personas. Cuarenta y cinco minutos durante los que tocó 6 piezas de Bach y durante los que fue ninguneado sistemática y bochornosamente por esas 1.100 personas.

Muy pocas personas pararon.

Curiosamente, el que más atención puso fue un niño de tres años que, pese a la insistencia de su madre para que se fuesen, se quedó embelesado con aquellas maravillosas melodías que fluían del violín de Bell.

Curiosamente, otros niños se quedaron prendados. Y todos sus padres, sin excepción, les forzaron a seguir adelante.

“Vamos niño que hay bulla”

Solamente seis personas, durante esas seis piezas de Bach, permanecieron un ratico allí.

Unas veinte se enrollaron y le dieron unas pelas, pero sin pararse a degustar su música. Recaudó 32 dólares. Pero ningún aplauso, ninguna ovación… sólo el silencio del bullicio.

“Era una sensación extraña, la gente me estaba... ignorando”, dijo.

Nada que ver con lo que había sucedido dos días antes en Boston. Dos días antes había recibido una enorme ovación después de tocar ante un auditorio lleno de personas que habían pagado 100 pavos por oírle tocar.

Aquel violinista, Joshua Bell, es uno de los músicos más talentosos del mundo. Un antiguo niño prodigio que poseía un Stradivarius de 1713, por el que había pagado tres millones y medio de dólares.

Con ese violín tocó en aquella “prueba” realizada por el Washington post. Con aquel violín tocó seis piezas tremendamente complejas de Bach en el metro.

“No está mal –dijo-, casi 40 dólares la hora... podría vivir de esto. Y no tendría que pagarle a mi agente”.

¿Qué podemos concluir de esto? ¿Percibimos la belleza o el arte cuando nos enfrentamos a ella en un contexto inesperado? ¿Se hubiese parado más gente de haber sabido quien era el violinista del metro? Seguramente sí.

Pero, por otro lado, ¿cuántas otras cosas nos estamos perdiendo por no pararnos a admirar la belleza o el arte sin que importe la fuente de la que emane?

En fin. Un mundo raro este.

subido el 10/04/2007 por WashingtonPost

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